Esta semana me informaron de que una coach salió en la televisión argumentando que con su terapia era capaz de curar la homosexualidad. Pues bien: ni la homosexualidad es una enfermedad ni el coaching es una terapia, por lo que dudo de los resultados que supuestamente ha conseguido la susodicha con sus “pacientes”.
Figúrate que estás haciendo deporte con un entrenador. Si te rompes una pierna poco podrá hacer él: es preciso que vayas al traumatólogo y después al fisioterapeuta para que tu pierna se cure. Una vez sanada y tras la adecuada rehabilitación, podrás reincorporarte al entrenamiento con el preparador físico.
El coach, en el mundo de las ideas, de los objetivos, de los planes de acción, viene a ser como el entrenador que te acompaña en pos de tus logros. Si se detecta algún problema de tipo patológico es preciso derivar a la persona a otro profesional, por lo general un psicólogo, que aborde su solución desde una perspectiva diferente. En coaching ni hay diagnóstico ni hay tratamiento porque yo no tengo pacientes, sino clientes: personas que están bien pero que desean estar mejor y alcanzar su mejor versión.
Ni soy psicólogo ni lo pretendo, y si en algún momento capto alguna conducta en la persona que me solicita procesos de coaching que no estoy cualificado ni para evaluar ni para tratar, con mucha delicadeza la derivo a un compañero psicólogo con el que tengo un acuerdo de colaboración cuando surge este tipo de casos.
Esta es una profesión emergente y está pagando la novatada al tener que lidiar con “coaches” que, o bien no están convenientemente acreditados por una organización, como por ejemplo la International Coach Federation (ICF), o bien no cumplen con el código deontológico que garantiza que lo que se hace durante el proceso es coaching y no otra cosa.
Esta semana me informaron de que una coach salió en la televisión argumentando que con su terapia era capaz de curar la homosexualidad. Pues bien: ni la homosexualidad es una enfermedad ni el coaching es una terapia, por lo que dudo de los resultados que supuestamente ha conseguido la susodicha con sus “pacientes”. Figúrate que estás haciendo deporte con un entrenador. Si te rompes una pierna poco podrá hacer él: es preciso que vayas al traumatólogo y después al fisioterapeuta para que tu pierna se cure. Una vez sanada y tras la adecuada rehabilitación, podrás reincorporarte al entrenamiento con el preparador físico. El coach, en el mundo de las ideas, de los objetivos, de los planes de acción, viene a ser como el entrenador que te acompaña en pos de tus logros. Si se detecta algún problema de tipo patológico es preciso derivar a la persona a otro profesional, por lo general un psicólogo, que aborde su solución desde una perspectiva diferente. En coaching ni hay diagnóstico ni hay tratamiento porque yo no tengo pacientes, sino clientes: personas que están bien pero que desean estar mejor y alcanzar su mejor versión. Ni soy psicólogo ni lo pretendo, y si en algún momento capto alguna conducta en la persona que me solicita procesos de coaching que no estoy cualificado ni para evaluar ni para tratar, con mucha delicadeza la derivo a un compañero psicólogo con el que tengo un acuerdo de colaboración cuando surge este tipo de casos. Esta es una profesión emergente y está pagando la novatada al tener que lidiar con “coaches” que, o bien no están convenientemente acreditados por una organización, como por ejemplo la International Coach Federation (ICF), o bien no cumplen con el código deontológico que garantiza que lo que se hace durante el proceso es coaching y no otra cosa.