Cada vez que me formulan una pregunta casi siempre puedo responder con una de mis palabras favoritas: depende. ¿Es mejor esto o aquello? Depende. ¿Qué prefieres hacer? Depende. ¿Cómo vas a enfrentarte a ese desafío? Depende.
La palabra “depende” me gusta porque me proporciona poder. Dice el dicho que somos esclavos de lo que decimos y dueños de lo que callamos, y pronunciar un estratégico “depende” como respuesta hace que me sienta más libre de escoger entre distintas opciones una vez valorada las circunstancias sin que por eso se ponga en entredicho la fiabilidad de mi palabra.
La etimología del término es curiosa, dado que proviene del verbo latino “pendere”, colgar. Imagínate un péndulo, por ejemplo: que vaya a un lado o a otro obedece a las fuerzas que se ejercen sobre su peso, a un juego de equilibrios. Si lo que “cuelga” es nuestra respuesta podremos orientarla hacia un lado o hacia otro según nos parezca una vez analizada la conveniencia de una u otra opción.
De esta misma etimología proviene la palabra “independencia”: cortar el vínculo (“in”) que hace que una cosa “penda” de otra. Es una ventaja añadida que proporciona responder depende: me hace independiente para optar a posteriori según sea mi parecer.
No se trata de una respuesta vacía como piensan algunos, puesto que un depende siempre va acompañado del complemento que explica las circunstancias. En el fondo, el lenguaje se alía con nosotros para proporcionarnos una visión relativa de lo que sucede, lo que es muy útil en un proceso de coaching dado que el primer postulado de la Programación Neurolingüística reza que el mapa no es el territorio, es decir, vemos la realidad no como es, sino como somos.
Cada vez que me formulan una pregunta casi siempre puedo responder con una de mis palabras favoritas: depende. ¿Es mejor esto o aquello? Depende. ¿Qué prefieres hacer? Depende. ¿Cómo vas a enfrentarte a ese desafío? Depende. La palabra “depende” me gusta porque me proporciona poder. Dice el dicho que somos esclavos de lo que decimos y dueños de lo que callamos, y pronunciar un estratégico “depende” como respuesta hace que me sienta más libre de escoger entre distintas opciones una vez valorada las circunstancias sin que por eso se ponga en entredicho la fiabilidad de mi palabra. La etimología del término es curiosa, dado que proviene del verbo latino “pendere”, colgar. Imagínate un péndulo, por ejemplo: que vaya a un lado o a otro obedece a las fuerzas que se ejercen sobre su peso, a un juego de equilibrios. Si lo que “cuelga” es nuestra respuesta podremos orientarla hacia un lado o hacia otro según nos parezca una vez analizada la conveniencia de una u otra opción. De esta misma etimología proviene la palabra “independencia”: cortar el vínculo (“in”) que hace que una cosa “penda” de otra. Es una ventaja añadida que proporciona responder depende: me hace independiente para optar a posteriori según sea mi parecer. No se trata de una respuesta vacía como piensan algunos, puesto que un depende siempre va acompañado del complemento que explica las circunstancias. En el fondo, el lenguaje se alía con nosotros para proporcionarnos una visión relativa de lo que sucede, lo que es muy útil en un proceso de coaching dado que el primer postulado de la Programación Neurolingüística reza que el mapa no es el territorio, es decir, vemos la realidad no como es, sino como somos.