En 1988 leí la maravillosa novela de Arthur C. Clarke «2061, Odisea tres», uno de cuyos fragmentos dice “con la histórica abolición de las tarifas de larga distancia -hecho que ocurrió el 31 de diciembre del año 2000-, toda llamada telefónica se convirtió en una llamada local, y la raza humana recibió el nuevo milenio transformada en una sola familia, enorme y chismosa”.
Si no fuera porque todavía los precios de las llamadas son los que son, esta predicción acertó en cuanto a nuestro comportamiento como especie: nos encanta compartir información aunque sea banal. Observa que no hay, por ejemplo, cadena de televisión que no dedique tiempo de su parrilla al chismorreo.
Desde el punto de vista del coaching, el chisme es algo más que un acto comunicativo porque el lenguaje no es inocente: guarda una intención, la mayor parte de las veces desfavorable para la persona de la que se habla. Además, es una moneda de dos caras: quien murmura protagonizará también, tarde o temprano, un chisme en boca de otro.
Hay una dificultad añadida cuando se eleva el chisme a la categoría de verdad: en el peor de los casos, significa etiquetar a la persona, lo que genera una creencia sobre ella, lo que genera un comportamiento hacia ella, lo que genera un determinado tipo de relación. Es una bola de nieve. La buena noticia es que el proceso descrito se puede parar… no poniéndolo en marcha.
La próxima vez que oigas un chisme puedes hacer esto:
1. Indaga. ¿Está comprobada esa información? ¿Cómo? ¿Por quién?
2. Evalúa. ¿Cuán importante es esa habladuría para ti o para el grupo humano en el que se difunde?
3. Decide. ¿Qué harás con esa información? ¿A qué te expones difundiéndola tú también?
En 1988 leí la maravillosa novela de Arthur C. Clarke «2061, Odisea tres», uno de cuyos fragmentos dice “con la histórica abolición de las tarifas de larga distancia -hecho que ocurrió el 31 de diciembre del año 2000-, toda llamada telefónica se convirtió en una llamada local, y la raza humana recibió el nuevo milenio transformada en una sola familia, enorme y chismosa”. Si no fuera porque todavía los precios de las llamadas son los que son, esta predicción acertó en cuanto a nuestro comportamiento como especie: nos encanta compartir información aunque sea banal. Observa que no hay, por ejemplo, cadena de televisión que no dedique tiempo de su parrilla al chismorreo. Desde el punto de vista del coaching, el chisme es algo más que un acto comunicativo porque el lenguaje no es inocente: guarda una intención, la mayor parte de las veces desfavorable para la persona de la que se habla. Además, es una moneda de dos caras: quien murmura protagonizará también, tarde o temprano, un chisme en boca de otro. Hay una dificultad añadida cuando se eleva el chisme a la categoría de verdad: en el peor de los casos, significa etiquetar a la persona, lo que genera una creencia sobre ella, lo que genera un comportamiento hacia ella, lo que genera un determinado tipo de relación. Es una bola de nieve. La buena noticia es que el proceso descrito se puede parar… no poniéndolo en marcha. La próxima vez que oigas un chisme puedes hacer esto: 1. Indaga. ¿Está comprobada esa información? ¿Cómo? ¿Por quién? 2. Evalúa. ¿Cuán importante es esa habladuría para ti o para el grupo humano en el que se difunde? 3. Decide. ¿Qué harás con esa información? ¿A qué te expones difundiéndola tú también?