Diario del Coach – Tratar con un «talker»

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Andres Brito Coach Tenerife

En coaching empleamos la expresión inglesa talker (“hablador”) cuando nos referimos a una persona tan extraordinariamente locuaz que puede llegar a generar rechazo en sus interlocutores dado que no para de hablar. Este rechazo está motivado por la sensación que transmite durante la conversación de que en ningún momento pone en marcha su escucha activa, es decir, de que le da igual lo que nosotros le digamos porque sencillamente “va a su rollo”. También puede dar la sensación de que nos instrumentaliza como interlocutores, y que en el fondo le trae sin cuidado si el diálogo es con nosotros o con otra persona… ¡dado que no hay diálogo!: es más bien un monólogo ante otro ser humano. Y lo más curioso: en la mayor parte de los casos el talker no es consciente de que lo es.

Las preguntas abiertas son una clave para detener su verborrea: ¿Qué me quieres decir específicamente? ¿Para qué me estás contando esto? ¿A dónde quieres ir a parar? ¿Qué denominador común hay en todo lo que me estás contando? ¿Qué tiene que ver esto conmigo? ¿De qué estamos hablando realmente?

También podemos hacerle peticiones concretas: resúmeme esto en una sola palabra, dime en concreto qué necesitas, explícamelo en treinta segundos…

He llegado a la conclusión de que el talker está verbalizando su propio diálogo interno. Acaso sea interesante hacerle ver cómo nos sentimos cuando pasan los minutos y no podemos “meter baza” en la conversación dado que, por lo general, el talker es alguien a quien se puede llegar desde la emocionalidad.

Si te reconoces como talker pregúntate para qué aportas tantos datos superfluos durante la conversación, qué es lo que necesitas al hablar con otra persona.

En coaching empleamos la expresión inglesa talker (“hablador”) cuando nos referimos a una persona tan extraordinariamente locuaz que puede llegar a generar rechazo en sus interlocutores dado que no para de hablar. Este rechazo está motivado por la sensación que transmite durante la conversación de que en ningún momento pone en marcha su escucha activa, es decir, de que le da igual lo que nosotros le digamos porque sencillamente “va a su rollo”. También puede dar la sensación de que nos instrumentaliza como interlocutores, y que en el fondo le trae sin cuidado si el diálogo es con nosotros o con otra persona… ¡dado que no hay diálogo!: es más bien un monólogo ante otro ser humano. Y lo más curioso: en la mayor parte de los casos el talker no es consciente de que lo es. Las preguntas abiertas son una clave para detener su verborrea: ¿Qué me quieres decir específicamente? ¿Para qué me estás contando esto? ¿A dónde quieres ir a parar? ¿Qué denominador común hay en todo lo que me estás contando? ¿Qué tiene que ver esto conmigo? ¿De qué estamos hablando realmente? También podemos hacerle peticiones concretas: resúmeme esto en una sola palabra, dime en concreto qué necesitas, explícamelo en treinta segundos… He llegado a la conclusión de que el talker está verbalizando su propio diálogo interno. Acaso sea interesante hacerle ver cómo nos sentimos cuando pasan los minutos y no podemos “meter baza” en la conversación dado que, por lo general, el talker es alguien a quien se puede llegar desde la emocionalidad. Si te reconoces como talker pregúntate para qué aportas tantos datos superfluos durante la conversación, qué es lo que necesitas al hablar con otra persona.

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