Si tu sistema nervioso funciona correctamente, en caso de que te des un golpe lo sentirás. Pues bien: las emociones son algo así como los placeres y los dolores de tu mundo interior. Figúratelas como amigas que te informan sobre lo que te está sucediendo dentro. Son reactivas, es decir, las sentimos como respuesta a un estímulo externo. Podemos gestionarlas cuando las identificamos y decidimos qué hacer con ellas porque en caso de que se enquisten pueden resultar inadecuadas en según qué situaciones.
Las emociones básicas son seis: alegría, tristeza, miedo, asco, ira y sorpresa. Cada una de ellas puede convertirse, respectivamente, en un estado de ánimo patológico: la alegría en euforia; la tristeza en depresión; el miedo en fobia; el asco en un trastorno obsesivo compulsivo; la ira puede acarrear infartos, úlceras o hipertensión; y, finalmente, la sorpresa enquistada se convierte en shock.
No hay emociones buenas o malas, puesto que todas te mueven (e-movere) a un paso adaptativo: la alegría, a repetir el suceso que la ha causado; la tristeza, a retirarte para reconstruirte tras la pérdida; el miedo a la fuga o al ataque; el asco a evitar introducir en tu organismo una sustancia que puede matarte; la ira a reestablecer el equilibrio de valores que crees que está en peligro; y, por último, la sorpresa a prestar atención dado que se ha producido un cambio en el entorno. La sorpresa, por cierto, es una emoción especial porque dura un cuarto de segundo y siempre precede a otra emoción.
En un proceso de coaching analizamos tus emociones para ver de qué forma puedes gestionarlas de manera adecuada a fin de que se alineen contigo para la consecución de tus objetivos.