Es fácil encontrar a un correveidile en casi cualquier grupo humano. Se trata de alguien que tiene una doble vocación: la primera, investigador privado; la segunda: periodista. Es decir: no sólo indaga para enterarse del último chime sobre los demás sino que es especialista en dar la primicia repitiendo lo oído sin pararse a comprobar si lo que se cuenta es verdad o no, convirtiéndose en el paradigma de aquel viejo dicho: “no dejes que la verdad te arruine un buen titular”.
Esta misma semana tuve una sesión de coaching con una joven que amargada con una compañera que no deja títere con cabeza en el trabajo. Todas, especialmente mi cliente, es pasto de sus críticas y de la propagación de rumores sobre sus vidas privadas. La pregunta clave que la hizo reflexionar sobre cómo actuar para solucionarlo fue “¿qué estás haciendo o dejando de hacer para fomentar esta situación?” De esta manera trasladé el protagonismo sobre las acciones a mi cliente sacándola de su rol de víctima. La chica reconoció que antaño también participaba de los chismorreos y que cometió el error de darle a la correveidile información importante sobre sí misma.
Al plantear el plan de acción lo hicimos organizando tres pasos según los resultados de cada uno:
1. Hablar con la susodicha haciéndole ver la desconfianza generalizada que estaba generando en sus compañeras.
2. Informarle de que si no desistía de su conducta se pondría una queja ante el supervisor.
3. Si ni por esas dejaba de generar mal rollo, cortar totalmente la relación con ella.
Mi hipótesis consiste en que el correveidile tiene una vida tan poco interesante que necesita contar las de los demás para que le presten un poquito de atención.