Un libro tiene que ser el hacha para el mar helado que llevamos dentro”. Esta frase que Franz Kafka escribió en una carta a un amigo suyo se puede aplicar perfectamente a una sesión de coaching: si en el transcurso de la misma no se produce un cambio en la forma que tiene el cliente de observar la realidad, si no se generan en su manera de obrar nuevas acciones en pos del objetivo, de nada habrá servido.
Es posible definir el coaching como una conversación transformadora puesto que nos abre a la perspectiva de que con el lenguaje cambiamos la realidad: una palabra de un juez (“culpable”, “inocente”), de un árbitro (“fuera de juego”, “falta”), del jefe (“admitido”, “despedido”) o del profesor (“aprobado”, “suspendido”) transforma la vida de una persona y de su entorno.
Durante la sesión de coaching revisamos qué futuro construye la persona con sus palabras puesto que las creencias, y por tanto la conducta, son construcciones lingüísticas. Si me encuentro con un cliente que se refiere a sí mismo con expresiones como “soy un desastre” (cosa que, repito, es una mera creencia) exploro el efecto que tiene en su acción implantar tal idea en su cabeza. Está demostrado que progresamos más rápidamente si ponemos el foco en lo que hacemos bien que si nos machacamos con nuestras debilidades: ¿qué más da que a Pau Gasol no se le dé bien la natación?
Incluso la Biblia reconoce la importancia de dominar el lenguaje comparando la lengua en la Carta de Santiago con el freno que se coloca en la boca de los caballos o el timón con el que se gobierna una nave.
¿Qué palabras dirás hoy para que, como el hacha kafkiana, rompa los mares helados de aquellos con quienes te encuentres?
Un libro tiene que ser el hacha para el mar helado que llevamos dentro”. Esta frase que Franz Kafka escribió en una carta a un amigo suyo se puede aplicar perfectamente a una sesión de coaching: si en el transcurso de la misma no se produce un cambio en la forma que tiene el cliente de observar la realidad, si no se generan en su manera de obrar nuevas acciones en pos del objetivo, de nada habrá servido. Es posible definir el coaching como una conversación transformadora puesto que nos abre a la perspectiva de que con el lenguaje cambiamos la realidad: una palabra de un juez (“culpable”, “inocente”), de un árbitro (“fuera de juego”, “falta”), del jefe (“admitido”, “despedido”) o del profesor (“aprobado”, “suspendido”) transforma la vida de una persona y de su entorno. Durante la sesión de coaching revisamos qué futuro construye la persona con sus palabras puesto que las creencias, y por tanto la conducta, son construcciones lingüísticas. Si me encuentro con un cliente que se refiere a sí mismo con expresiones como “soy un desastre” (cosa que, repito, es una mera creencia) exploro el efecto que tiene en su acción implantar tal idea en su cabeza. Está demostrado que progresamos más rápidamente si ponemos el foco en lo que hacemos bien que si nos machacamos con nuestras debilidades: ¿qué más da que a Pau Gasol no se le dé bien la natación? Incluso la Biblia reconoce la importancia de dominar el lenguaje comparando la lengua en la Carta de Santiago con el freno que se coloca en la boca de los caballos o el timón con el que se gobierna una nave. ¿Qué palabras dirás hoy para que, como el hacha kafkiana, rompa los mares helados de aquellos con quienes te encuentres?