En coaching usamos un modelo que explica ciertas relaciones tóxicas denominado “Triángulo dramático” o “de Karpmann”. Se produce cuando alguien se considera “víctima” de otra persona, cosa o circunstancia a la que ve como “perseguidor” y pide la intervención de un “salvador” que, a su vez, persigue al que antes era perseguidor que pasa a convertirse en víctima.
En el fondo, la “víctima” tiene la creencia irracional de que el mundo se divide en buenos y malos, en fuertes y en débiles, y que no es capaz de asumir el protagonismo de su propia vida. Su actitud habitual es la de “pobre de mí”. Hablamos de una víctima psicológica, no de alguien que realmente necesite ayuda, ya que si esto se da en realidad no hay drama, sino una legítima petición de apoyo.
El tema se vuelve dramático porque el salvador que interviene para “rescatar” a alguien que puede valerse por sí mismo le está restando posibilidades de madurar al asumir sus responsabilidades impidiéndole tomar decisiones; porque quien ha asumido el rol de víctima se instala en la comodidad de que sea otro quien le resuelva la papeleta; y porque, en fin, el perseguidor juzga a los demás desde su idea relativa de superioridad moral.
Piensa en ti. ¿Te sientes víctima? Si es así, ¿a quién le estás dando poder sobre tu vida? ¿Qué puedes hacer para recuperar ahora el protagonismo de tus propias decisiones? Por el contrario, ¿vas de “salvavidas”? ¿Qué buscas realmente con esa actitud, ayudar a los demás o ser reconocido, admirado o valorado? ¿A quién estás impidiendo crecer y por qué? Finalmente, ¿”persigues” a alguien que no se comporta según tu esquema de lo que ha de ser un comportamiento adecuado a tus normas morales?
En coaching usamos un modelo que explica ciertas relaciones tóxicas denominado “Triángulo dramático” o “de Karpmann”. Se produce cuando alguien se considera “víctima” de otra persona, cosa o circunstancia a la que ve como “perseguidor” y pide la intervención de un “salvador” que, a su vez, persigue al que antes era perseguidor que pasa a convertirse en víctima. En el fondo, la “víctima” tiene la creencia irracional de que el mundo se divide en buenos y malos, en fuertes y en débiles, y que no es capaz de asumir el protagonismo de su propia vida. Su actitud habitual es la de “pobre de mí”. Hablamos de una víctima psicológica, no de alguien que realmente necesite ayuda, ya que si esto se da en realidad no hay drama, sino una legítima petición de apoyo. El tema se vuelve dramático porque el salvador que interviene para “rescatar” a alguien que puede valerse por sí mismo le está restando posibilidades de madurar al asumir sus responsabilidades impidiéndole tomar decisiones; porque quien ha asumido el rol de víctima se instala en la comodidad de que sea otro quien le resuelva la papeleta; y porque, en fin, el perseguidor juzga a los demás desde su idea relativa de superioridad moral. Piensa en ti. ¿Te sientes víctima? Si es así, ¿a quién le estás dando poder sobre tu vida? ¿Qué puedes hacer para recuperar ahora el protagonismo de tus propias decisiones? Por el contrario, ¿vas de “salvavidas”? ¿Qué buscas realmente con esa actitud, ayudar a los demás o ser reconocido, admirado o valorado? ¿A quién estás impidiendo crecer y por qué? Finalmente, ¿”persigues” a alguien que no se comporta según tu esquema de lo que ha de ser un comportamiento adecuado a tus normas morales?