A veces me pregunto si de verdad escuchamos a nuestro interlocutor al conversar, pues la escucha activa supone tres elementos imprescindibles que en ciertos momentos llego a dudar que estén presentes, y que son: darme cuenta de lo que el otro está comunicando y proporcionarle información de que estamos percibiendo lo que dice, “escuchar” empáticamente también sus sentimientos aunque no estemos de acuerdo, y atender a lo que dice el otro y no a lo que voy a responder yo. A esto hay que sumar que es preciso escuchar desde la comprensión sin juzgar a priori lo que estamos oyendo. Eleva ahora todo esto a instancias suprapersonales, como puedan ser las relaciones internacionales.
Sé que no es fácil dado que como seres humanos somos seres enjuiciadores, pero es necesario si queremos alcanzar acuerdos, por ejemplo. El fruto de una buena escucha activa es la conversación, y para ello nos resultará muy útil formular cuanto podamos preguntas abiertas. Recuerda el siguiente truco: las preguntas “cerradas” (las que se responde con un sí o con un no) comienzan siempre con un verbo. Sirven para confirmar o desmentir lo que acaso implícitamente ya suponemos en el otro. Las preguntas “abiertas” (aquellas que verdaderamente me ayudan a explorar el mapa mental del interlocutor) comienzan con una partícula interrogativa.
¿Cuántas decisiones has tomado después de haber hablado con otra persona que, acaso simplemente escuchándote, te inspiró de una forma insospechada? ¿Qué sientes cuando no te escuchan? ¿Reconoces en tu propia escucha la descripción que he dado más arriba o descubres con esto zonas de mejora para, con pequeños cambios, acrecentar tu nivel de eficacia conversacional?
A veces me pregunto si de verdad escuchamos a nuestro interlocutor al conversar, pues la escucha activa supone tres elementos imprescindibles que en ciertos momentos llego a dudar que estén presentes, y que son: darme cuenta de lo que el otro está comunicando y proporcionarle información de que estamos percibiendo lo que dice, “escuchar” empáticamente también sus sentimientos aunque no estemos de acuerdo, y atender a lo que dice el otro y no a lo que voy a responder yo. A esto hay que sumar que es preciso escuchar desde la comprensión sin juzgar a priori lo que estamos oyendo. Eleva ahora todo esto a instancias suprapersonales, como puedan ser las relaciones internacionales. Sé que no es fácil dado que como seres humanos somos seres enjuiciadores, pero es necesario si queremos alcanzar acuerdos, por ejemplo. El fruto de una buena escucha activa es la conversación, y para ello nos resultará muy útil formular cuanto podamos preguntas abiertas. Recuerda el siguiente truco: las preguntas “cerradas” (las que se responde con un sí o con un no) comienzan siempre con un verbo. Sirven para confirmar o desmentir lo que acaso implícitamente ya suponemos en el otro. Las preguntas “abiertas” (aquellas que verdaderamente me ayudan a explorar el mapa mental del interlocutor) comienzan con una partícula interrogativa. ¿Cuántas decisiones has tomado después de haber hablado con otra persona que, acaso simplemente escuchándote, te inspiró de una forma insospechada? ¿Qué sientes cuando no te escuchan? ¿Reconoces en tu propia escucha la descripción que he dado más arriba o descubres con esto zonas de mejora para, con pequeños cambios, acrecentar tu nivel de eficacia conversacional?